- Política
La política, como la vida, suele revelar con el tiempo los verdaderos rostros de quienes la practican. En Tlaxcala, el Movimiento Ciudadano parece haberse convertido en el refugio de una nueva generación de desagradecidos, personajes que olvidan con facilidad de dónde vienen, quiénes los ayudaron a crecer y bajo qué colores construyeron sus carreras.
Ahí está el caso de Ángel Meneses Barbosa, quien durante años se benefició del PRI y ocupó cargos gracias a ese respaldo. No sólo eso: bajo el amparo de Enrique Padilla, encontró espacio laboral en la Universidad Politécnica de Tlaxcala y vínculos en la administración morenista que incluso le permitieron hacer negocios. Hoy, sin embargo, reniega de todo eso y se autoproclama “activo principal” del movimiento naranja, solo porque no se le concedió una candidatura que, además, estaba perdida desde el principio. El ego, una vez más, supera al agradecimiento.
Otro ejemplo es Octaviano Acoltzi, eterno aspirante a la alcaldía de Contla. Su historia es la del político que confunde el deseo con el mérito. Olvida que su crecimiento —político y económico— se debió al respaldo de quien hoy preside el PRI en Tlaxcala, y a quien ahora critica con desparpajo. Más aún, ignora los malos manejos que marcaron la gestión de su hermano Filemón cuando fue presidente municipal, los mismos que le cerraron, quizá para siempre, las puertas de esa aspiración.
El caso de Mariana Jiménez, diputada federal, no es distinto. Alcanzó la curul gracias a las siglas del PAN, pero hoy ondea la bandera de Movimiento Ciudadano por instrucción de otro viejo conocido del oportunismo, Julio Hernández. El cambio de camiseta no sería cuestionable si detrás existiera una convicción ideológica; sin embargo, lo que hay es conveniencia, cálculo y, otra vez, ingratitud.
Y cómo olvidar a Gregorio Cervantes, ahora también convertido al credo naranja. Sus orígenes políticos y quienes lo tendieron la mano en su momento han quedado en el olvido. Las sombras de los malos manejos —financieros y políticos— lo persiguen, pero eso no impide que hoy se presente como uno de los “nuevos rostros” del movimiento.
El Movimiento Ciudadano en Tlaxcala parece nutrirse de estos perfiles: políticos reciclados, sin identidad ni compromiso, que confunden la lealtad con el sometimiento y la gratitud con debilidad. Lo preocupante no es sólo su falta de memoria, sino su pretensión de presentarse como una alternativa “nueva” cuando, en realidad, representan lo más viejo de la política: la deslealtad, la conveniencia y el olvido de los principios.
Al final, la ingratitud no construye proyectos ni gana elecciones; sólo exhibe el tamaño moral de quienes la practican.


