• Tlaxcala
  • Pedro Morales
A toda persona de buena voluntad

 “Vayamos a Belén, para ver eso que el Señor nos ha anunciado”(Lc 2,15)

El anuncio gozoso del nacimiento de Jesús (cf. Lc 2,8-11), proclamado hace dos mil años, colmó las esperanzas de aquellos pastores que aguardaban la llegada del Mesías.

Hoy también la Iglesia se regocija con este anuncio, cuando conmemora, en la Nochebuena, la encarnación del Hijo de Dios y, mientras espera su segunda venida al fin de los tiempos (cf. Ap 22,20), anhela que nazca espiritualmente en cada bautizado y en todas las personas de buena voluntad.

Este cometido exige que el hombre de hoy, como los pastores del Evangelio, saliendo de sí mismo y de su comodidad, realice la experiencia de ir a Belén, a fin de encontrarse con el Niño Jesús, el único Salvador de los hombres.

Para ello, es necesario que la Iglesia asuma su misión profética en el mundo, mostrando, con la caridad y la Palabra, el sendero que nos lleve al encuentro de los nuevos rostros de Cristo.

En efecto, el gran peligro de nuestros tiempos es hacernos una idea de Dios, que no coincida con el Dios manifestado en Jesucristo.

Mientras que nuestra idea de Dios calla ante la desigualdad social, la inseguridad, la corrupción, la trata de personas, la violencia o el desenfreno de estas fiestas decembrinas, el Dios encarnado en Jesucristo es Padre amoroso, solícito a las necesidades del ser humano y especialmente de los más pobres, pero sobre todo sensible a las injusticias e intolerante con la falsedad o el desenfreno.

Por tanto, es vital para el cristiano recordar que la Navidad no es caer en el consumismo materialista, sino ante todo un encuentro con los nuevos rostros de Cristo: en la madre incomprendida, en el padre sin trabajo, en el migrante con hambre, en la mujer explotada, en el enfermo desahuciado o en el hijo abandonado a una existencia sin valores.

Lo más preciado no se compra con dinero, lo mejor es darnos nosotros mismos a estos hermanos que sufren amándolos, ayudándolos, evangelizándolos y dejándonos evangelizar por ellos.

Estos nuevos rostros de Cristo los encontramos a cada momento y por todas partes: en la propia familia, en las parroquias de nuestra diócesis y en medio de nuestra sociedad.

Si el Niño, que ha nacido, se llama Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”, correspondamos a esta iniciativa divina, decidiendo vivir “nosotros con Dios”: tú, el pobre y yo.

Sólo así cobra pleno sentido nuestra existencia, pues de su Amor venimos, somos sus hijos y a Él hemos de retornar tarde o temprano.

Con mi corazón de Padre y Pastor, envío una felicitación de Navidad a mi querida Diócesis y a todo el pueblo de Tlaxcala. Pido al Niño Dios que nazca en nuestro interior, para que, reconociéndolo en cada ser humano, especialmente en los pobres, tranformemos el rostro sufriente de nuestras comunidades tlaxcaltecas, en un rostro delineado por la paz social, la justicia y la fraternidad.

Mons. Francisco Moreno Barrón

OBISPO DE TLAXCALA

 

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