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“A las mujeres que gobernamos se nos exige el doble o el triple”, dijo la gobernadora Lorena Cuéllar Cisneros en una entrevista reciente a El Sol de Tlaxcala. Con esa frase pretendió explicar por qué su administración está envuelta en señalamientos de corrupción, opacidad y falta absoluta de rendición de cuentas. Y lo hizo usando el machismo como coartada.
Es una declaración no solo falsa, sino profundamente dañina.
En el México del siglo XXI las mujeres ya no están “llegando” al poder: lo están ejerciendo. Hay paridad en el Congreso, en los tribunales, en los gobiernos estatales y municipales. Hay una presidenta de la República que asumió el cargo diciendo con toda claridad: “Es tiempo de las mujeres”, no “es tiempo de quejarse porque nos exigen más”.
Decir que a las mujeres se les exige “el doble o el triple” en 2025 es retroceder décadas. Es repetir el discurso de cuando las mujeres necesitaban permiso para votar, para abrir una cuenta bancaria o para ocupar un cargo público. Es ignorar que hoy las ciudadanas no piden indulgencia: exigen resultados, exactamente los mismos que se le exigen a cualquier hombre en el puesto.
Y cuando los resultados no aparecen, cuando hay adjudicaciones directas a empresas fantasma, cuando se blindan camionetas de lujo con información reservada por años, cuando desaparecen declaraciones patrimoniales “por error técnico”, cuando el nepotismo y el tráfico de influencias se vuelven práctica cotidiana, no es el patriarcado el que está exigiendo más. Es la ciudadanía la que está exigiendo lo mínimo: honestidad y transparencia.
Peor aún: con esa frase la propia gobernadora discrimina a las mujeres. Las vuelve a meter en el viejo cajón de “las pobres, que siempre tienen que demostrar más”. Reduce a todas las gobernantes, alcaldesas, diputadas y presidentas a un solo estándar victimista, como si todas fuéramos iguales, como si todas tuviéramos la misma incapacidad para rendir cuentas.
Es una ofensa a quienes sí han sabido gobernar con limpieza y eficacia, siendo mujeres.
Lorena Cuéllar no necesita que le exijan el doble. Necesita que le exijan lo mismo que a cualquier servidor público: que explique, que transparente, que asuma la responsabilidad de sus actos y los de su círculo cercano. Usar el género como escudo no la hace feminista; la hace cómplice de un discurso que las mujeres hemos pasado siglos tratando de superar.
En México ya no es tiempo de excusas disfrazadas de victimismo.
Es tiempo de las mujeres que gobiernan con la frente en alto, sin pretextos y sin esconder la mano.
Tlaxcala merece eso. Y las mujeres también.


