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  • Luis Castillo
A propósito del nacimiento de Jesucristo, un día como hoy, hace 2025 años.

En la historia de la humanidad, el puesto de «mesías» ha sido el empleo más codiciado y, a la vez, el más difícil de mantener sin un buen equipo de comunicación social. Sin embargo, dos figuras separadas por dos milenios y un océano parecen haber leído el mismo manual de usuario: «Cómo salvar al pueblo y no morir (políticamente) en el intento». Y una apóstol tlaxcalteca, sí, aunque usted no lo crea.

La multiplicación de los otros datos

Hace dos mil años, el joven de Nazaret asombraba a las multitudes multiplicando panes y peces para alimentar a cinco mil personas. Una logística envidiable, sin duda. Pero en el México del siglo XXI, el «mesías tropical» ha perfeccionado el truco: no multiplica el pan, sino los apoyos del Bienestar y lo hace sin necesidad de cestas de mimbre, sino con la «Tarjeta del Banco del Bienestar».

Mientras el primero convirtió el agua en vino (un gesto que hoy sería duramente criticado por la COFEPRIS), el segundo ha logrado algo más metafísico: convertir cualquier crisis en un «complot de los conservadores». Donde uno veía demonios para exorcizar, el otro ve «aspiracionistas» y «periodistas vendidos» que necesitan una buena dosis de purificación matutina. Periodistas «malos que publican haciendo daño», como dice el Pinocho Martínez en Tlaxcala.

El Monte y la mañanera: el púlpito moderno

El Sermón del Monte fue un hito de la oratoria, pero seamos honestos: carecía de producción, de la buena, como la que se contrata con dineros públicos para las fiestas privadas de la gobernadora de Tlaxcala (ya apareció la apóstol tlaxcalteca).

Jesús hablaba al aire libre, sin micrófonos y sin una pantalla gigante para proyectar tuits de sus adversarios en «Quién es quién en las mentiras de la semana» o su versión de la presidenta Sheinbaum de «El detector de mentiras».

El mesías de Macuspana institucionalizó el sermón desde el sexenio pasado. De lunes a viernes, a las siete de la mañana, se lleva a cabo el ritual de la Eucaristía Política. En lugar de parábolas sobre el buen samaritano, tenemos anécdotas sobre «el avión que no tenía ni Obama» o el «Yo tengo otros datos» y también actualmente con «Patria se escribe con M de mujer».

La fe ya no se pone a prueba con milagros físicos, sino con la capacidad del creyente para ignorarlo todo: el desabasto de medicinas, los gasolinazos disfrazados de «ajustes», la «Mega Farmacia», o por estas tierras de Xicohténcatl, eso de que «las camionetas blindadas son para cuidar a los tlaxcaltecas». Mientras, los adoctrinados feligreses gritan al unísono «Es un honor estar con Obrador».

Fanatismo y purificación

La estructura del culto es idéntica. Ambos, Jesús y AMLO, requieren de:

- Un diablo: los fariseos de antes son los «neoliberales» de ahora.
- Una tierra prometida: el Reino de los Cielos ha sido sustituido por la «Cuarta Transformación», un lugar que siempre está «a punto de llegar» pero que requiere un poquito más de paciencia (y unos cuantos votos y programas sociales más).
- La purificación: antes era el bautismo en el Jordán; hoy es la «cartilla moral» o, mejor aún, recibir el perdón presidencial tras haber militado décadas en el PRI o en el PAN.

«En verdad os digo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un opositor sea invitado a una adjudicación directa». Es el evangelio más popular, rezado en Palacio Nacional.

¿Crucifixión o retiro?

El final de la narrativa también diverge. El mesías original aceptó el calvario y la corona de espinas. El mesías mexicano, más pragmático, prefiere una hamaca en su rancho de Palenque (cuyo nombre, irónicamente, sugiere un destino final: «La Chingada», pero con aire acondicionado y un chingo de soldados de la Guardia Nacional que lo protejan).

Sin embargo, el fenómeno del fanatismo es el mismo. Si el primer mesías prometía la vida eterna, el segundo promete la soberanía energética. Y para el fiel devoto, ambas cosas parecen igual de abstractas, pero igual de necesarias para mantener la esperanza encendida mientras el mundo, allá afuera, sigue girando con sus mismos pecados de siempre.

Lorena Cuéllar, la apóstol tlaxcalteca, faltaba más.

Llegamos a la «apóstol tlaxcalteca», esa mujer rodeada de sus «mini apóstoles», hombres, mujeres o quimeras, que la adulan, que ven en ella la luz del mundo, la «reina de las fiestas» (y de las encuestas también, las que paga ella, claro), la seguidora fiel del mesías a la mexicana.

En esta nueva cosmogonía (zas, ahora sí me lucí con mi palabra dominguera), el mesías no está solo. Si Jesús tenía a Magdalena, el mesías de Macuspana tiene a su apóstol de la Tierra que no Existe (pero que bien que vota), Lorena Cuéllar.

Ella ha perfeccionado el milagro de la invisibilidad estatal; ha logrado que Tlaxcala sea famosa no por su historia, sino por ser el laboratorio donde la fe ciega se transforma en asfalto que desaparece con la primera lluvia, el paraíso de la seguridad ciudadana, de la transparencia y el lugar en donde el nepotismo es «cohesión familiar» que nos beneficia a todos. ¡Parece que no entienden, carajo!

Mientras el mesías multiplica los panes, Lorena multiplica las fotos retocadas, sus propiedades y familiares trabajando en su gobierno, asegurando que en el pequeño feudo tlaxcalteca la única ley que impera es la de «hágase mi voluntad en Tlaxcala, como en tu mañanera».

Finalmente, la Epístola a los Ciudadanos de la Nueva Judea: El Arte de la Inmortalidad Presupuestal, que nos fue enviada por el corresponsal de la Gaceta de Palacio Nacional y el Foro Romano:

JERUSALÉN-TENOCHTITLÁN, a 24 de diciembre de 2025.- Ciudadanos, me encuentro confundido. He viajado por el tiempo y el espacio solo para descubrir que el oficio de «guía de las almas» no ha cambiado un ápice, aunque ahora se use guayabera en lugar de túnica de lino.

Observo con fascinación cómo la historia se repite, primero como tragedia y luego como conferencia de prensa matutina. Permítanme desglosar esta comparativa para los anales de la posteridad.

De los fariseos a los fifís

En mis tiempos de Judea, el mesías se quejaba de los fariseos, esos tipos estirados que se sabían las leyes de memoria, pero no tenían corazón. Eran la «mafia del poder» de los templos.

Hoy, el mesías de Macuspana ha modernizado el término: los llama «fifís» o «conservadores». La táctica es la misma: si no puedes rebatir el argumento de tu adversario, acúsalo de ser un hipócrita que se lava las manos con jabón caro mientras el pueblo sufre.

El nazareno echaba a los fariseos del templo: «Han convertido la casa del Señor en una cueva de ladrones»; el de Tabasco les dice «hipócritas con doble moral». Diferente adjetivo, mismo veneno.

Milagros de papel vs. milagros de barro

El de Nazaret caminaba sobre las aguas. El de Palenque camina sobre las instituciones y, milagrosamente, ninguna se hunde (aunque todas crujan).

«Señor, no hay medicamentos en el hospital», claman las viudas. «No sufráis», responde el guía, «porque he aquí que tengo otros datos, y en ellos, el sistema de salud es como el de Dinamarca».

Es una forma de transustanciación política: la realidad desaparece y es reemplazada por la fe en la palabra oficial. Si el primer mesías convertía el agua en vino, el segundo ha logrado convertir la deuda pública en «inversión social» y el cemento de la selva en un «ferrocarril de justicia».

Quien no lo vea, es simplemente porque le falta espíritu, es un traidor de la 4T, o porque no tiene un contrato en Dos Bocas.

El concilio de los leales

El nazareno tenía a sus doce apóstoles, aunque uno le salió respondón y lo vendió por treinta monedas. El mesías actual tuvo y tiene a su gabinete, no nos hagamos pendejos, cuya principal función no es gobernar, sino practicar la genuflexión sincronizada.

La diferencia radica en la traición. En los tiempos bíblicos, Judas se arrepintió. En el México moderno, el que traiciona al mesías no se cuelga de un árbol; simplemente se va a escribir un libro de memorias o se vuelve comentarista en una mesa de análisis, lo cual es, a ojos de los fieles, un castigo mucho más mundano y despreciable.

La ascensión (al rancho)

Roma castigaba a los revoltosos con la cruz. México, un país más surrealista, castiga a sus líderes con el retiro a una finca paradisíaca.

Mientras el primer mesías prometió volver desde las nubes, el nuestro promete irse a «La Chingada» (el nombre de su finca, repito, no una expresión de mi parte, ¡por Júpiter!). Sin embargo, sus seguidores ya rinden culto a la «grandeza» histórica de México. No necesitan una tumba vacía para demostrar que sigue vivo; les basta con un tuit o una mención en el testamento político para seguir peregrinando hacia el sur.

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