• Cutberto Luna García
Por el Placer de Servir

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Con la idea de continuar con mis soliloquios acerca de cómo afianzar la vida familiar de cada uno de nosotros. Vino a mi mente una lectura que realice hace tiempo. Y en la que se resaltaba una frase del filósofo oriental Confucio: Educa a tus hijos con un poco de hambre y un poco de frío. Misma que me llevó a reafirmar la percepción que tenía acerca de él: Un hombre idealista, que sustentaba su pensamiento y actuar con la idea de cultivar al hombre a través de la virtud personal para alcanzar permanentemente la perfección o la virtud.

Esto trajo a mi mente un sin fin de ideas y pensamientos, ya que de manera desafortunada en muchos de los casos -me incluyo-, los padres no damos atención ni cabida a esta sabia admonición, o si lo queremos ver de distinta manera, una simple recomendación del destino. La razón puede ser justificada si le queremos encontrar una justificación. Pues de manera regular por no decir que permanente, buscamos la manera allanarles el camino a nuestros hijos, o de evitarles los posibles abrojos a los que nosotros nos enfrentamos durante nuestro desarrollo y evolución. Y esto sin importar las circunstancias de la edad, preparación, aptitudes y actitudes de nuestros “bebés”. Pues lo que nosotros queremos es hacerles una vida más cómoda e incluso placentera. Sin tomar en cuenta nuestras posibles limitaciones económicas, emocionales o educativas. Lo que nos lleva a castrar sin intención alguna su creatividad, su carácter, su tolerancia, su determinación y más; convirtiéndolos así, las más de las veces en entes vulnerables frente a los conflictos reales a los que deberá enfrentar conforme evolucione su edad y su vida, y en los que difícilmente como lo he referido, podremos participar directa o indirectamente en su ayuda o rescate.

Sé que no es fácil observar a nuestros hijos, enfrentarse a los inconvenientes que de inició para nosotros los adultos resultan intrascendentes o peor aún, que no serían tales si los papás interviniéramos. Pero ahí está lo medular de nuestro problema, al cual debiéramos enfrentar. Y que no es otra cosa que el dejar a nuestros hijos asumir sus propias responsabilidades, tareas y compromisos. Y dedicarnos a nuestras propias obligaciones que deben servir como ejemplo para ellos para conducir, formar y normar desde su tierna infancia, el carácter y templanza de un hombre de éxito aún, cuando lo veamos sudando y luchando para vencer los inconvenientes que la vida le presente. Para con ello alcanzar sus propias metas propuestas. Aclaro, no es dejarlos a la buena de Dios, ni ignorar su posible llamado de auxilio. No, mantengámonos al margen y a menos que sea necesario porque nos lo requieran, actuemos. Pero no nos convirtamos en los actores principales de sus vida y/o problemas de ellos.

Pero volviendo a la frase de Confucio, he de comentarles que me puso a reflexionar y a analizar mi desempeño como padre. Y definitivo, creo que esta idea antigua por su origen, pero vigente por el concepto y repercusiones que implican. Me llevaron a definir que no solo es en casa de los padres donde nuestros hijos aprenden, también es en la sociedad en la que nos desarrollamos permanente o incluso circunstancialmente, y que influye como un verdadero “sparring”, para capacitar y preparar a los futuros ciudadanos del mundo.

Ahora bien, me pregunto si es que algunas personas sin éxito, por sus temores, limitaciones, traumas o complejos; si se lo deben parcialmente a esos padres que so pretexto de un amor “puro, incondicional y verdadero”, que les evitaron esfuerzos, caídas, tristezas, frustraciones, sinsabores o inconvenientes a sus vástagos; y que los criamos maniatados, dependientes e impedidos para tomar sus propias determinaciones. Sin pensar que tarde o temprano ya no estaremos físicamente a su lado y no podremos resolverles la vida. Pregunta que comparto para un momento de soledad y para determinar qué es lo que queremos para nuestros hijos.

Así pues, creo que un poco de sabor amargo en su vida, o lo que es lo mismo “tantito” sufrimiento, gotitas de tropiezo, una cucharadita de fracaso y dos porciones de privación, pueden ser la receta adecuada para que nuestros hijos disfruten y valoren el éxito. Recordemos que este solo dependerá de la capacidad que ellos puedan generar y desarrollar. Así como la fe y la confianza en sí mismos y la aptitud de adaptación para vencer cuanto obstáculo se les presente. Sobre todo, el más perverso de ellos que es el temor, la limitación y el miedo a ellos mismos.

No basta con solo pensarlo y menos decirlo, tenemos que actuar para corregir y pronto el rumbo que queremos sugerir a nuestros hijos para su éxito y felicidad y la propia felicidad de nosotros. ¿Lo intentamos?