• Roberto Rock
Herederos de una cultura de sumisión, ambos partidos viven crisis paralelas: la falta de democracia

Hijos dispersos de una misma familia fracturada, obsesionados en desconocerse mutuamente, pero herederos de una cultura de sumisión ante un líder de clan, PRI y Morena viven crisis paralelas con síntomas de la misma enfermedad: la falta de democracia interna.

La mayor condición que los identifica hoy es que las voces disidentes son desdeñadas porque, aún sin ellas, quedan suficientes cuotas de poder para repartir entre los incondicionales. Toda proporción guardada, el dirigente del tricolor, Alejandro “Alito” Moreno, pudo rediseñar los estatutos de su organización para volverse inamovible aún en su actual crisis de legitimidad y autoridad moral. Morena, por la vía de Mario Delgado, arranca su propio diseño interno rumbo al 2024 con un modelo tramposo que incluye una virtual purga de bloques políticos completos de la organización. “Tengan para que aprendan”.

De acuerdo con información surgida de discretos cónclaves en ambas agrupaciones partidistas, lo que viene hará que las cosas se pongan más rasposas de frente a una sociedad que cada vez se siente menos representada por el sistema de partidos y más orientada a seguir a personajes iluminados antisistema. Una ruta segura hacia el desastre.

El choque final en el PRI parece ya dibujado: una coalición entre operadores políticos de los expresidentes Enrique Peña Nieto y Carlos Salinas de Gortari, para construir un golpe que derroque a “Alito’ Moreno. Miguel Ángel Osorio Chong, exsecretariode Gobernación peñista, sería el orquestador de una transición que llevaría a la cabeza del Institucional a la también senadora Claudia Ruiz Massieu, canciller peñista, aliada del hidalguense Osorio y sobrina de Salinas.

Una alineación de este tipo impondría una nueva estrategia ante el gobierno López Obrador, con un pronóstico reservado tanto por la fragilidad orgánica del PRI como por sus numerosos cadáveres en el armario. Esta historia podría acabar lo mismo con el surgimiento de un contrapeso real frente al oficialismo, que con la extinción final del que fuera uno de los partidos más sólidos y longevos en el mundo. Heredero de esa historia, el anhelo oculto de López Obrador parece ser eliminar sus resabios y erigirse como cabeza del nuevo partido casi único.

Antes de ir por la cabeza de Moreno Cárdenas en el entorno de una asamblea nacional cada vez más impredecible, el tándem Osorio-Ruiz Massieu está intentando sellar un pacto con la facción que controlan Rubén Moreira, coordinador de la bancada del PRI en San Lázaro; su esposa, Carolina Viggiano, fallida candidata a la gubernatura de Hidalgo -abandonada a su suerte por el citado Osorio, el influyente exmandatario de ese estado. El grupo lo complementa el gobernador de Coahuila, Miguel Riquelme, que el próximo año enfrentará su relevo, y un error en este periodo le puede resultar de enorme costo.

Hasta donde se puede conocer de sus discretas negociaciones, Osorio Chong ya fracasó en una propuesta colocada en la mesa de los coahuilenses para que Viggiano fuera presidenta interina del PRI.

En la acera de enfrente, el dirigente morenista Mario Delgado resiente un golpe en la línea de flotación de su credibilidad y en la gobernanza del partido, en el contexto del tercer Congreso Nacional. 

El brazo ejecutor de lo que parece un amplio bloque de Morena, que él aspira seguramente a conducir, fue el líder parlamentario del propio partido oficial en el Senado, Ricardo Monreal. Un personaje puesto contra las cuerdas por Palacio desde abril del año pasado, pero que parece crecer bajo condiciones adversas. Lo que sea que resulte, marcará el destino de Morena y de López Obrador hacia 2024.

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