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  • Pedro Morales
Es fácil detectarlos con su piel desprendida y su interior lleno de maleza.

Lázaro Cárdenas, Tlaxcala.- La destrucción de los invernaderos instalados en este lugar, con su piel de plástico desprendida, abandonados y llenos de maleza, es un panorama que se repite por todos los rincones de Tlaxcala.

En tiempos de Alfonso Sánchez Anaya comenzó la instalación de los invernaderos para la producción bajo techo de crisantemos, fue tanto el éxito inicial que todos quienes tenían esas instalaciones se dedicaron a la producción de esa flor.

El mercado se desplomó y el fracaso fue una primera advertencia, es difícil cambiar los usos y costumbres de nuestros productores agrícolas, que en su mayoría han sido engañados y abandonados a su suerte con fuertes deudas a cuestas.

Con Héctor Ortiz se redescubrió el milagro de producir bajo techo y con riego controlado, pero pasó exactamente lo mismo.

El ex secretario de desarrollo económico, Humberto Alba Lagunas trajo de España y vendió la idea de que la producción en clima controlado era la panacea para los productores agrícolas de Tlaxcala.

Hay que reactivarlos, fue la sugerencia del gabinete orticista en donde el Sepuede, Sagarpa y Fomtlax tuvieron la sartén por el mango, los créditos fluyeron al por mayor, sobre todo en tiempo de funcionaria de Rosalía Peredo Aguilar.

El ex presidente del Estatal de Sanidad Vegetal de Tlaxcala comité, Guadalupe Sánchez Minor, estimó que en el estado se encuentran registrados aproximadamente mil unidades de producción.

La intención de los productores era exportar a Estados Unidos y Canadá jitomate bola, jitomate Saladette, jitomate Cherry, chile poblano y chile jalapeño.

En Cárdenas, donde hace una década se producían legumbres que admiraban  a propios y extraños, ahora los frutos que Antonio Moreno Hernández esperaba no se dieron.

Hoy tiene una deuda de 320 mil pesos y un invernadero con tomates plagados.

Este pequeño agricultor explica que  empresa que contrató, obligado por las instancias de gobierno, para la construcción, asesoría y comercialización, desapareció apenas levantó unas carpas plastificadas maltrechas con materiales de baja calidad.

En junio de 2007, firmó los documentos requeridos por el gobierno municipal de Tlaxco, y la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa).

Había organizado a 15 ejidatarios y aparceros de su comunidad para iniciarse en el negocio especializado de la producción de jitomate en invernaderos.

El proyecto sería posible gracias a la mezcla de recursos gubernamentales y al préstamo de Banorte: 30% recursos públicos, 70% deuda bancaria.

El banco solicitó una garantía en efectivo y una prendaria: el gobierno federal aportó 90 mil pesos de garantía líquida. Antonio hipotecó su casa, el costo total del invernadero fue de 320 mil pesos.

Pero había una condición por parte de las instancias públicas y del banco: no obstante que los productores tenían mejores cotizaciones, la empresa Invermaleno, propiedad de José Salvador Maleno Ruiz, debía ser contratada para el proyecto.

La noche en que Antonio Espejel Hernández firmó el contrato de compra-venta y asesoría técnica en su casa, no entendió muchas cláusulas, según cuenta en la demanda por fraude que presentó ante las autoridades judiciales de Tlaxcala, un año más tarde.

A raíz de la denuncia presentada el 1 de diciembre de 2008, la Procuraduría de Justicia del Estado de Tlaxcala realizó un peritaje al invernadero de Antonio donde encontró una nueva sorpresa:

Los peritos estimaron su valor máximo en 150 mil pesos, los materiales eran de mala calidad, la construcción resultó un fiasco.

El agricultor había pagado 170 mil pesos de más, su invernadero no producía y su casa, hipotecada.

“Nos obligaron, en lugar de haber cedido debí denunciarlos. Caímos en su juego por la ambición de tener un invernadero”, cuenta Antonio en medio de matas plagadas.

“No sé si me vayan a embargar mi casa. No quiero quedar a deber, pero no hay de donde pagar”.

 “Nos entusiasmamos con los créditos, verdaderamente pensamos que iba a funcionar”, por esas y otras razones, es fácil detectar los invernaderos con su piel desprendida, su interior lleno de maleza.

Pero lo más grave es que los otrora animosos productores con clima controlado, viven con la esperanza de una condonación de la deuda.

Solo que la mala noticia es que el banco dice que tienen que pagar, hay escrituras y facturas de propiedades de por medio, propiedades que al igual que sus sueños van a tener, tarde que temprano un amargo, muy amargo despertar.

 

 

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